Duermes,
con la herida a un lado
y en el centro el corazón amable
casi a tono
con el rojo desprendido hacia lo blanco
de tu fiebre amarga,
por la herida,
por la casi nula curación que intuyes.
Duermes,
como solo duermen las caricias traicionadas,
que aunque fueran cielo
ahora posan sus maneras
en el filo estricto
que te abre