Cada uno ya tuvimos nuestra propia Edad de los metales
con aquellas lágrimas de plomo resbalando
por cada frustración mostrada en las mejillas.
Pesaba el agua del dolor salado, el agua de las gotas
que cerraban los párpados sin cielo,
pesaba como el plomo de las balas que luego la inquietud
temblando en las edades que restaban lanzaría,
sin muestra de sentir que nos dolían,
sin rastro de importarles nuestros días.
Aquella nuestra Edad de los metales muy pronto
De óxido la cal de nuestros huesos marcaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario