Unas olas de los vientos se encresparon
despeinando la soltura de tu gesto.
Pero fueron otros serios vendavales
los que armaron
el desastre en tu donaire.
Capas fieras de aire fiero
coronaron tu magnífico destierro.
Desde entonces, solo el viento es tu recado.
Cuanto más fiero, más cuerdo;
cuanto más suave, me muero
esperando vendavales que me arranquen
los postigos de un invierno que obligó a cerrar ventanas
y saetas
y rendijas
y miradas
a los aires que de frente me enviaban
los fragmentos de tu olvido.
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