Son las seis de la mañana
de un día que es el primero.
Continúan invasoras las molestias que no aplazan
acostarse en mi regazo.
Son las tantas campanadas en las horas que supones como
amigas;
y no sé si van conmigo.
Son seis horas de lo nuevo
en mi alma que se anuncia tan mermada.
Todavía no hay trasluz,
porque el sol está hibernando,
y este orbe es tan ajeno,
que se libra de un soplido
del jolgorio y de los ruidos.
Son las seis escasas horas para un bello (feo) indurmiente,
que se empeña en aclarar su estancia,
tan de noche; tan de noche.
Y hace muy escasas horas que dormiste sin laureles.
Son las seis horas que escupen
los sudores que ya vienen.
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