Vicente Javier-F

GRACIAS POR ENTRAR EN ESTE TROCITO DE MUNDO PARTICULAR, POR AYUDARME A BUSCAR ESE MOMENTO DE PLACIDEZ. A VECES NOS LLEGA SINTIENDO LO BELLO, LO SUAVE Y SERENO. LO MISMO TE OCURREN LOS SALTOS DE ASOMBRO. LA VISTA LO APRECIA Y LO BUSCA INCESANTE.







GRACIAS DE NUEVO AL LEER LO QUE ESCRIBO. LO MISMO OS DIGO POR VER LO QUE VI.







domingo, 18 de junio de 2017

Los pueblos con verano de la infancia

(Aquel calor en los días de la infancia. Veranos en pueblos que no eran el mío. Aquí, la pubertad, en Anguciana, Augustiana Castra, La Rioja. Los veranos de la niñez, todos, habían transcurrido en Sajazarra, misma provincia. Estos recuerdos transcurren en un ambiente de pueblo y campos de regadío, por contraste al mío, de pleno secano. Sigo sintiendo la quietud pesada y polvorienta del secano; lo húmedo lo extraño, me retrae, salvo el pleno azul de La Costa de la Luz.)


Hacía calor en los pueblos con verano
de la infancia. Había choperas
y una larga sombra en ellas
que no aciertas a sorberla.
El río era sombrío: las pozas, los sotos:
marañas de la umbría.
A veces, los claros entre bóvedas de chopos
nos servían.
¡Jesús, que agua más fría!
Y otra vez al polvo seco del camino y de los
días. Polvo en los terrones de las fincas,
siempre pedigüeñas.
Manos que retiran los abrojos y las hierbas,
tubos con su agua en regadío,
hoces que no cortan, es que nuestras manos
son regadas por la savia todavía de la infancia.
Siguen las jornadas siendo largas,
bájate a la cuadra,
siente los hocicos y el gruñido de los cerdos
y las vacas.
Siguen siendo largas —también—
las calles que te llevan a las plazas.
Ruedas que se escapan,
bicis que recorren la esperanza.
Digamos que lo externo no reclama,
ni sabes lo que pasa.
Todo era verano y siempre en danza,
salvo alguna quietud
impuesta por el alma recogida
en los temores que atenazan.



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