Qué descansada se ve a la luna
sin la presión de los ojos
que tanto la van mirando.
Ella sola, con su altura,
sin las habladurías
de estas bocas,
de estos gestos
que atizamos desde dentro.
Se diría que percute en su silencio
la quietud de nuestras poses,
la levedad de unas
voces
caprichosas,
remilgadas
y dolientes.
Si durmiéramos en tanto sale
por el frente cada noche
y guardáramos el susto
que le damos
al mirarla…
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