He hablado con un árbol,
suelto allí en su lejanía.
Es su pose recta y tiesa,
con enhiesta lozanía.
¡Y yo que no lo veía!
Dice mucho si lo miras.
Creo que en mi parloteo
sé sentir el quiz del mundo.
Veo el árbol casi mudo
y me enseña sus heridas
supuradas en su piel.
Pero calla en sus arrugas,
y permite que la vida
siempre crezca más arriba.
¡Y yo voy mirando al suelo!
Veo hojas esparcidas
que se van en pleno vuelo.
Veo frutos ya caídos
y creo que sé el sentido:
ahora esa semilla oculta,
si halla cama en el mantillo,
crecerá lenta en el suelo.
Dice el árbol que ya ha hecho
su trabajo acometido,
pero no pierde el sentido
por saber a dónde ha ido
su semilla si es que brilla.
Él sigue mirando al cielo,
enredado con sus ramas
Puede que caiga una hoja.
No le importa; no se enoja.
Sabe bien lo que soporta.
Si hay calor de sudar gota
reconoce que no agota
su crecer en este estío.
Yo paso a su lado lerdo
mientras él persigue cuerdo
su futuro ante el invierno.
Sabe que son días plenos
y el verdor brilla sereno
por su copa cual sombrero.
Pero dentro ausculta al tiempo,
y su porte cuasi tierno
pronto cambiará el sombrero.
Hoy me ha dicho el árbol quieto
que el verano no es tan cierto.
He sabido por sus poros
que el otoño tarda poco.
Vicente Javier-F
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